Ozono es una palabra que procede del vocablo griego ὄζειν, que significa tener olor, ya que deja un aroma en el ambiente que, según algunos, recuerda al del marisco. El ozono suele producirse de forma natural por acción de las descargas eléctricas asociadas a las tormentas y también por efecto de la radiación ultravioleta sobre el oxígeno en las capas altas de la atmósfera.
Ciertos elementos químicos como el oxígeno tienen una propiedad muy particular conocida como alotropía, lo que significa que pueden formar sustancias con diferente estructura molecular, tal como ocurre con el carbono —sus átomos se pueden unir para formar grafito o diamante— o el fósforo. En nuestro caso, el oxígeno puede presentarse formando tres alótropos conocidos: monooxígeno, también conocido como oxígeno atómico, dioxígeno, conocido como oxígeno molecular o simplemente oxígeno —sustancia esencial para la respiración de los seres vivos— y trioxígeno, más conocido como ozono. Las tres especies mencionadas se presentan en forma gaseosa, de las cuales la más estable en condiciones normales y a nivel del mar es el dioxígeno, ya que las otras dos, rápidamente, se transforman en aquélla.

Sin embargo, en las capas altas de la atmósfera, bajo la acción de radiaciones altamente energéticas —fundamentalmente los rayos ultravioleta, comúnmente conocidos como rayos UV— pueden subsistir las tres formas alotrópicas del oxígeno, especialmente en la ozonosfera, capa gaseosa que rodea a la Tierra y la protege de la peligrosa radiación ultravioleta. En esa capa tienen lugar numerosos procesos fotoquímicos —fenómenos regulados por la radiación solar— en los que de forma continua se genera ozono a partir de dioxígeno, a la vez que el ozono formado se descompone nuevamente en aquél. Podría decirse que existe un ciclo cerrado entre ambas especies y que la cantidad neta de ambos en la ozonosfera no se ve alterada, ya que la formación de ozono queda compensada por la destrucción a que éste se ve sometido.
Ozono estratosférico: un amigo que nos protege
A una altura sobre la superficie terrestre comprendida entre los quince y cuarenta kilómetros se encuentra la ozonosfera, capa gaseosa que forma parte de la estratosfera. En ella se puede localizar pequeñas cantidades de ozono, pero en la concentración adecuada para proteger a los seres vivos de los peligrosos rayos ultravioleta, en particular los de mayor energía, conocidos como UV-b y UV-c. La superficie de la Tierra es alcanzada por la radiación UV-a —bastante menos dañina— y en menor medida por la UV-b —responsable de un buen número de casos de cáncer de piel y con efectos negativos para la mayoría de seres vivos—. Una disminución del ozono contenido en la estratosfera haría aumentar la incidencia de radiación UV-b, con el peligro que ello supondría para la salud.
Durante la década de los años ochenta del pasado siglo veinte, los científicos comenzaron a estudiar un curioso fenómeno. Todos los años, coincidiendo con la primavera austral, se formaba un enorme agujero del tamaño de Norteamérica sobre el continente antártico. Aunque se dieron explicaciones de origen natural al fenómeno, todo apuntaba a una familia de sustancias conocida por las siglas CFC —compuestos clorofluorocarbonados—, presentes en los circuitos de refrigeración de los frigoríficos y de los equipos de aire condicionado, además de ser usados como propelentes en aerosoles —más conocidos como sprays—. Posteriormente se añadieron otras sustancias a la lista, todas ellas, como los CFCs, caracterizadas por incluir cloro en su composición y por ser extremadamente estables a las condiciones atmosféricas. Ésto les permitía alcanzar la estratosfera sin alterarse, en un largo viaje que podía durar diez años. Una vez allí, la presencia de la abundante luz ultravioleta las estimulaba hasta hacerlas altamente reactivas, calculándose que cada molécula de CFC podía destruir más de cien mil moléculas de ozono.
Ojalá que ese consenso pueda llevarse a otros problemas ambientales que afectan al conjunto de nuestro planeta. Por todos es conocida la dificultad para alcanzar acuerdos supranacionales en torno al calentamiento global, a la deforestación o a la contaminación de los mares. Por ello debemos exigir a nuestros representantes en los organismos internacionales que defiendan medidas tendentes a solucionar esos problemas. Pero también debemos actuar desde la responsabilidad individual que nos compete, asumiendo hábitos más acordes con los principios de respeto al medio ambiente.
Ozono troposférico: un enemigo que nos amenaza
Hasta ahora hemos hablado del efecto protector del ozono. Pero cuando esta sustancia se encuentra presente en la capa más baja de la atmósfera —troposfera— puede afectar negativamente a la salud de las personas y del resto de seres vivos. Irrita las mucosas debido a su alto poder oxidante, por lo que produce dolor y enrojecimiento de los ojos con pérdida de visión, además de un sinfín de problemas de respiratorios.
El ozono es una sustancia que en la superficie terrestre se descompone con facilidad, pero en determinadas condiciones puede llegar a permanecer en el aire en cantidad suficiente para provocar un problema de salud pública. Estamos hablando de un contaminante que no es emitido directamente por ningún proceso relacionado con la actividad humana, sino más bien como consecuencia de una serie de procesos químicos que ocurren a partir de ciertas sustancias denominadas precursoras, las cuales al reaccionar en el aire en contacto con la radiación solar llegan a producir ozono, por lo que se dice de éste que es un contaminante secundario. El origen de la contaminación por ozono hay que buscarlo en un conjunto de factores, generalmente ligados a determinadas áreas urbanas:
- Emisión a la atmósfera de compuestos orgánicos volátiles, tales como disolventes de pinturas o combustibles, entre otros.
- Emisión a la atmósfera de óxidos de nitrógeno procedentes de combustiones industriales y de los humos de escape de los vehículos a motor.
- Elevados niveles de exposición solar.
Ésto obliga a plantearse algunas preguntas sobre la salubridad y la calidad de vida en nuestras ciudades, por lo que debemos exigir a nuestros representantes en las instituciones que adopten medidas que favorezcan un aire libre de polución, pero sin olvidar que hemos de cumplir con nuestra responsabilidad individual de reducir toda emisión contaminante innecesaria.
He aquí algunas medidas que ayudarían a respirar un aire más limpio en nuestras ciudades:
- Mejoras en los hábitos de los ciudadanos, entre las que se debe contemplar una mayor utilización del transporte público.
- Conducción del vehículo privado de forma más eficiente. Si evitamos aceleraciones y frenadas bruscas no sólo reducimos el consumo de combustible, sino también la emisión de humos contaminantes.
- Diseño de vehículos con motores más eficientes, que usen tecnologías menos contaminantes y que reduzcan su nivel de emisiones.
- Medidas más restrictivas en cuanto a la circulación de vehículos por las ciudades y claramente favorecedoras de la peatonalización de los centros urbanos.
- Política fiscal sobre los automóviles, en función del nivel de emisiones generadas, así como del tipo de combustible y del consumo observado.

Agradecimientos
- Enciclopedia libre, Wikipedia.
- Instituto Provincial de Formación de Adultos - IPFA de Málaga y a los alumnos de 1º de Bachillerato de CTS durante el curso 2005/06.
- Sitio web de la NASA.
- Environmental Science Published for Everybody Round the Earth - ESPERE.
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Este artículo fue publicado en Octubre de 2006 en la revista Sólo para adultos del Instituto Provincial de Formación de Adultos [IPFA] de Málaga.
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