En primer lugar, quiero dejar claro que gracias al efecto invernadero la vida es posible en la Tierra [al menos tal como la conocemos] y que por mor de ese efecto la temperatura media en nuestro planeta es unos pocos grados más de lo que cabría esperar si no estuviésemos sujetos a la acción de ese fenómeno.
Pero una cosa es el efecto invernadero, causado por la retención que ciertos gases de la atmósfera ejercen sobre la radiación infrarroja de mayor longitud de onda, impidiéndoles escapar de la Tierra, del mismo modo que es retenida en el interior del habitáculo de un coche expuesto a pleno sol, y otra muy diferente el incremento paulatino de ese efecto como consecuencia de la emisión de ciertos gases que aumentan la capacidad natural de la atmósfera para retener la mencionada radiación infrarroja.
El Protocolo de Kioto intenta comprometer a los países firmantes del mismo a respetar los acuerdos relativos a rebajar los niveles de emisiones actuales y señala directamente a ciertos gases como responsables del incremento en la temperatura media del planeta: dióxido de carbono, metano, vapor de agua, monóxido de dinitrógeno, ozono y clorofluorocarbonos (CFCs). Aunque la contribución es muy desigual, en parte por la cantidad global emitida de cada uno de ellos y por el efecto que cada uno produce. Piénsese que de los contaminantes implicados, el ozono troposférico afecta, fundamentalmente, a otra forma de contaminación, el vapor de agua no es controlable, los CFCs se están controlando desde la entrada en vigor del protocolo de Montreal, el N2O [procedente de la descomposición de materia orgánica rica en nitrógeno] representa un riesgo todavía poco significativo y queda, por fin, como principal encausado, el dióxido de carbono[CO2], gas que se emite en las combustiones de todo tipo [sea cual sea el combustible] y en los procesos respiratorios de los seres vivos.
No se debe olvidar al metano, CH4, como otro de los gases de efecto invernadero, procedente de escapes de gas natural y de la descomposición anaerobia [en ausencia de oxígeno] de la materia orgánica. No obstante, el metano liberado a la atmósfera va a terminar oxidándose y convirtiéndose en CO2, pero durante el tiempo que está presente en el aire, incrementa notablemente el efecto de retención de radiación infrarroja, además de contribuir, muy probablemente, a fenómenos fotoquímicos relacionados con la producción de ozono troposférico.
Los informes más recientes de la comunidad científica urgen a los Estados firmantes a tomar medidas contra las emisiones provocadas por la combustión de productos derivados del carbón, el gas y el petróleo, como causa principal del incremento, lento pero cierto, de los niveles de CO2 en la atmósfera. Desde aquí hacemos también un llamamiento a los Gobiernos de Estados Unidos y Australia para que lo suscriban y a otros, como el de España, a que cumplan lo que firmaron en su día.
Por eso es tan importante la sustitución de los combustibles fósiles por otros de origen biológico [y por tanto, reciclables] como la biomasa, el biogas, el biodiésel y el bioalcohol. Recientemente, cada vez con mayor frecuencia, los medios de comunicación nos traen noticias sobre el aprovechamiento de ciertos residuos de origen variado [urbanos, agrícolas, ganaderos y forestales] para la obtención de biocombustibles. Sin embargo no todo son ventajas, ya que la introducción de cultivos expresamente para la obtención de biocombustibles está produciendo graves desequilibrios sociales, económicos y ambientales en extensas regiones donde han ido desplazando a otros cultivos tradicionales. Puede darse la paradoja de que gastemos más energía en la producción de un litro de biocombustible que la que podremos recuperar posteriormente cuando vayamos a consumirlo. De ahí que debamos ser extremadamente críticos a la hora de enjuiciar la producción de este tipo de resursos.
Parece evidente, que al menos en los países desarrollados se potencie el tratamiento y reciclado de ciertos residuos potencialmente útiles en la obtención de biocombustuibles. No voy a entrar en detalles sobre la viabilidad de otros proyectos que vienen funcionando para la obtención de biomasa, como el aprovechamiento de alperujo [residuo obtenido del tratamiento de la aceituna para la producción de aceite], pero y doy por sentado, en cualquier caso, que el tratamiento de residuos a gran escala debe cumplir toda una serie de requisitos sometidos a declaraciones de impacto ambiental.
Me quiero referir, particularmente, a dos casos que en las últimas fechas y por conductos diferentes han llegado hasta mí: el aprovechamiento de los redisuos y excedentes de la producción de naranjas en la Comunidad Valenciana para la obtención de bioalcohol y el reciclado del aceite de cocina de las viviendas para la producción de biodiésel.
Del primero he dejado un enlace para quien le pueda interesar la noticia. Del segundo paso a comentar la información recibida por email y que hace referencia a un artículo publicado por el Diario Sur de Málaga. Reciclando el aceite usado en los domicilios evitaríamos, de un lado, su vertido a la red de aguas residuales, con el consiguiente coste ambiental y económico derivado de su depuración y, de otro, se conseguiría, mediante su tramiento, la obtención de un recurso como el biodiésel.
Para facilitar su recogida, la ciudad de Málaga cuenta con dos empresas que se dedican a ello, Savisol y Regrasol. Tanto una como la otra, proporcionan a particulares, negocios y comunidades de vecinos recipientes adecuados para recoger el aceite usado, encargándose de su retirada y reposición por otros limpios y debidamente higienizados. Lo que hace falta es que el servicio de recogida funcione sin problemas y que la colaboración ciudadana sea, una vez más, parte indispensable de una forma de actuar que beneficia al conjunto de la sociedad y al medio ambiente.
¡¡¡ Con medidas así, todos salimos ganando !!!
